LA GRATUIDAD
1.-¿POR QUÉ ESTE TEMA?
Hace poco tiempo Caritas hacía una campaña cuyo lema era: 'Una sociedad con valores es una sociedad con futuro'. A través de ella presentaban cuatro valores -comunión, participación, diversidad y gratuidad- que en este momento de crisis propone como alternativa de vida para hacer posible una sociedad con futuro, más humana e integradora. Como respuesta a esta campaña decía: «Si no te convence esta sociedad mercantil ofrece sin pedir nada a cambio».
Es tiempo de celebrar, de orar y de no bajar la guardia porque es cierto, vivimos tiempos difíciles, tiempos de crisis, donde no solo lo económico se tambalea sino fundamentalmente los valores, el sentido de la vida de muchos aspectos de la raza humana.
Toda esta campaña daba fe de que es posible vivir y reconstruir un mundo diferente hecho de gestos sencillos, de personas que creen que vivir los valores cristianos nos hace más libres y protagonistas de la propia historia y de la del mundo. Personas que comparten la oración, desde la alabanza, compartiendo la vida desde Dios que nos ama desmesuradamente y y se desgastan por los demás por amor gratuito nacido de la alabanza del corazón.
En una sociedad marcada por las relaciones individuales y egoístas, deseo que nos hagamos mutuamente una invitación y una llamada muy personal: déjate mover por la gratuidad. Hagamos un gesto de acogida para que este valor “penetre” en nuestro interior, uno sólo, conscientes, un gesto realizado por que creemos en las posibilidades que tenemos como Renovación Carismática.
Al reflexionar este tema se nos invita a revisar nuestra escala de valores en nuestra vida y que nos preguntemos: « ¿Soy feliz?, ¿hago feliz a los demás que me rodean y también a mis hermanos y hermanas de grupo?
Hay muchas hermanos y hermanas nuestros que cuentan en su haber la experiencia de la gratuidad, del dar y recibir de forma desinteresada, porque están convencidas de que alabar, reconocer a Dios como el Señor y con ello interesarse por los demás, sólo se puede hacer desde el interés y la preocupación por Dios Padre y por el bien del otro, ese interés del corazón que se conmueve y mueve hacia el otro por amor. No importa lo que cada una de esas personas piense, de dónde venga o a dónde vaya, y mucho menos la cuantía de lo que hacen o transforman a su alrededor. Pero, todos los hermanos y las hermanas, tienen un sueño común, un nuevo tiempo de esperanza para la humanidad.
«La vida se nos dio y la merecemos dándola», escribía Tagore.
+ LA GENTE ESPERA DE NOSOTROS GRATUIDAD Y SABIDURÍA
En esta línea, creemos que nuestro mundo reclama con urgencia por parte nuestra, un lenguaje sapiencial, que exprese una sabiduría que hunde sus raíces más allá de lo meramente pragmático; un lenguaje que despierte en los corazones al deseo por lo que hay en lo más profundo de nuestro ser. Esta fue la experiencia de Agustín de Hipona:
"Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva. Tarde te amé. Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba. Y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti esas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y rompiste mi sordera. Brillaste, y pusiste en fuga mi ceguera. Exhalaste tu perfume, y respiré y ahora tengo anhelo de ti. Gusté de ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abrasó en el deseo de tu paz" (Confesiones).
Nuestros contemporáneos necesitan que les hablemos de Dios, de lo que vivimos en las asambleas, con un lenguaje entendible y cercano, pero que les transmitamos la paz y la serenidad que sólo Él puede alcanzarnos. Nuestra vida y nuestros corazones, intentan o hacen lo posible por poner su centro en el “Otro”. Estar centrados en el “Otro” nos permite situarnos ante los “otros” con una gran libertad, y nos hace responsables de su suerte y corresponsables, con Jesucristo, del anuncio del Reino a sus corazones.
La gratuidad sorprende, cuestiona y cautiva. Abre interrogantes. Esta gratuidad que vive quien vive “SOLO DIOS”, es la mejor manifestación de Dios en el mundo, y es reconocida, me atrevería a decir, por la inmensa mayoría de los mortales. El testimonio contundente de que Dios está y camina con su pueblo, se expresa privilegiadamente en la entrega desinteresada y gratuita en nuestras asambleas, retiros y relaciones entre nosotros.
Un ejemplo válido tomado de la Biblia, es la imagen del Buen Samaritanos que se dirige a Jericó, allí está su centro y su meta, pero es capaz, en el camino, de hacer un alto, de poner entre paréntesis para servir al que yace en el camino. Tener el centro claro, estar centrados en “DIOS”, nos devuelve la flexibilidad necesaria para ejercer misericordia.
Ya que hemos citado al Buen Samaritano, damos un paso más en lo que es y significa nuestra vida. Muchas veces hemos identificado lo que tenemos que hacer con la de este buen hombre que detiene su marcha y se ocupa y delega en otros el cuidado del “herido”. Tal vez nuestra misión, no es la de “encargar que otros cuiden” el día a día del herido, la misión del hospedero.
En este sentido nos parece oportuno afirmar que hablar de esta GRATUIDAD, hoy en día es una llamada, más que nunca a ofrecer acogida. La acogida y la hospitalidad son esenciales en una sociedad en la que hay tantas personas que están solas y desean ser acogidas. Seguramente hemos podido experimentar en más de una ocasión cuando nos encontramos con la gente, sin que “el reloj” cuente, al dejarlas nos expresan su agradecimiento por que sienten nuestra disponibilidad al estar realmente por ellas. En la medida que estamos por las personas con las que nos relacionamos seguro que su confianza aumenta porque saben que pueden contar con nosotros.
Necesitamos grupos de renovación de puertas abiertas, pero para abrir las puertas hemos de garantizar que dentro de ellas se viva y se practique la gratuidad, la misericordia y la hospitalidad con los de dentro y desde dentro con los que vienen.
HEMOS DE OPTAR POR LA GRATUIDAD
Creo que efectivamente el tema de la gratuidad es una opción: “Mis primeros años de vida fueron de bastante estrechez económica. Pero aún así tenía una sensación de abundancia, tenía un patio pequeño, y yo sentía que la vida era maravillosa y que si yo estaba abierta, lo recibía todo. Y muchas veces me preguntaba ¿por qué la gente necesita tanto?...“ En las relaciones la manipulación se da más habitualmente de lo que nos gustaría, el estar siempre cobrando, el tener una libreta de ahorro en la que uno va anotando las deudas y eso no lo podemos desconocer, pero lo importante es darse cuenta de que también existe otro nivel, donde podemos ponernos en una disposición de dar. Todos los seres humanos tenemos las dos caras.
La gratuidad es la ley natural, la ley del a vida. Si estamos allí, todo va a ser más fácil, más natural. Sin embargo, nuestra cultura está centrada en el Ego. Esto significa que muchas de las cosas que hacemos las realizamos con el propósito de ser amados, entonces si hago cosas para ser amado, pierdo el gesto de gratuidad porque si lo que yo espero no se me devuelve, me desilusiono”. La gratuidad es esencia del ser humano.
También la vemos como un don absoluto: “la gratuidad existe, pero hay que entenderla como un don”. es Dios quien hace de un acto un gesto de total gratuidad y entrega, el hombre por si solo, sin su gracia, no lo haría porque va en contra de su propia naturaleza”.
+ ES TIERRA FERTIL
Lo importante ahora es descubrir qué cosas hacen que esta gratuidad se manifieste, ¿cuál es el terreno más fértil para poder vivir relaciones basadas en este principio? el tema del dolor como uno de sus desencadenantes. “El dolor despierta la gratuidad. El dolor tiene todas las dimensiones del hombre y por alguna parte toca una fibra de tu cuerpo, seas la persona que seas, y como te toca algo, permite que el ser humano exprese de alguna manera lo gratuito, ese dar por el simple hecho de dar. Dar porque sí, porque necesito dar, no es un dar por compasión, sino por desborde, porque se te sale.”
El hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios es el mayor gesto de gratuidad que nos hace posible donarnos a los demás sin esperar nada, porque eso es la expresión más pura de lo sagrados que somos. “Mi convicción es que el dolor despierta la gratuidad. El dolor tiene todas las dimensiones del hombre y por alguna parte toca una fibra de tu cuerpo”.
+ Y DESPIERTA HUMANIDAD.
Es difícil tener relaciones de total gratuidad, lo dice hasta el Papa en la última encíclica. Pienso que es un tema muy complejo de abordar, sobre todo en el mundo empresarial. Pero la mejor escuela de la gratuidad es servir. Es justamente en el mundo laboral donde se puede distinguir otro elemento que también facilita la gratuidad y ese elemento es la confianza, sin ella las relaciones se comercializan, se venden y el temor se manifiesta en todas sus dimensiones, entonces nadie es capaz de ir más allá y por el contrario se produce una gran rigidez en la organización.
Poner lo mejor de cada uno, es trabajar sin pensar todo el tiempo si esto me corresponde a mí, si me toca o no me toca. Pero si esta actitud no nace desde la cabeza de la organización, es muy difícil imprimirla en el resto. Es necesario que se establezca como modelo de relación y que se permita ser lo que realmente una es. Yo me acuerdo que en otra empresa que trabajé, un día estaba arreglando algo y el jefe de personal me llamó y me dijo que era harto caro para andar en esos trabajos, y entonces me cerré y me dije a mí misma que nunca más me metería en una pega que no sea la que dice mi contrato. Por eso es que creo que se oponen a la gratuidad el miedo, la falta de honestidad, la desconfianza, el control. La gratuidad no surge en un ambiente así, sino que se desarrolla en uno donde es posible desmoronar las barreras tradicionales desde donde tomamos las decisiones.
El hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios es el mayor gesto de gratuidad que nos hace posible donarnos a los demás sin esperar nada, porque eso es la expresión más pura de lo sagrados que somos.
Es necesario detenernos, al ser amplio este apartado de la gratuidad, en María:
En María, ante la mirada atenta de José, apareció la gracia en nuestra tierra (cf Lc 2,1ss) y la humanidad quedó profundamente orientada hacia la gratuidad. La Palabra se hizo gratuidad en Jesús; “la gente se admiraba de las palabras que salían de su boca” (Lc 4,22). “No hay nada más fuerte que una idea a la que le ha llegado su hora” (Víctor Hugo).
Con la llegada de Jesús le ha llegado la hora a la gratuidad. Pudiera parecer que la gratuidad no es fruto de esta tierra, en la que todo, incluso las personas, tiene un precio, y, sin embargo, la gratuidad es la aspiración más honda de una humanidad que desea que el intercambio de dones sea una realidad visible, que el pan del Padre sea pan partido para todos los hijos, que la dignidad sea el vestido de fiesta que todos pueden ponerse.
El misterio de la Encarnación es una invitación a despertar la sensibilidad hacia la gratuidad. La gratuidad es don (“de su plenitud hemos recibido gracia tras gracia”, Jn 1,16) y tarea (“lo que gratis habéis recibido, dadlo gratis”, Mt 10,8). Prepara tu vida para la gratuidad.
3.- ¿QUÉ NOS DICE?
1.- LA BIBLIA
En el libro de Job, el impaciente Job (no hay en verdad en toda la Biblia un personaje más impaciente que él) se siente injustamente castigado porque se sabe inocente. Ante el Señor, cuya presencia -harto de discutir con los teólogos de su tiempo- había reclamado, Job reconoce que en su legítimo reclamo de justicia algo se le había escapado. En el razonamiento expuesto con vehemencia en sus extensos discursos había estado ausente un aspecto humano y bíblico fundamental: la gratuidad del amor. El amor que se da y se recibe no por méritos ajenos o propios, sino simplemente porque se ama. El esquema falta-castigo y virtud-recompensa es insuficiente para comprender el amor de Dios y nuestra propia vida. El universo de la justicia tiene un techo, el de la gratuidad carece de límites. ¿Quién puede decir que ya ha amado bastante?
He hablado de amor gratuito siguiendo la costumbre, pero es una expresión redundante, porque si no hay gratuidad no hay amor. Eso es lo que admite finalmente Job cuando le dice a Dios “yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” (42,5). Los ojos, la vista, representan el contacto más inmediato con una persona. “Lo he visto” tiene una carga de inmediatez y de certeza de las que carece el “lo he oído”. Job percibe que su demanda de justicia no tuvo presente la gratuidad del amor que las palabras de Dios, anteriores al texto que comentamos, le han descubierto. El amor supone el respeto por los derechos de otra persona, pero va más allá de ese respecto. Aun cuando no lo merezcamos los seres humanos requerimos también de gratuidad, de cariño, de afecto. Todo lo cual va más lejos de las exigencias de justicia.
¿Quiere esto acaso decir que la reivindicación de Job no ha sido oída y valorada por el Dios de la Biblia? De ninguna manera. Se trata de gratuidad, no de arbitrariedad. Toda la Biblia nos dice por eso que no hay otro modo de dar testimonio del Dios de Jesucristo que empleando un lenguaje (a través de palabras y gestos) que vincule justicia y amor gratuito. Esas dos vertientes se iluminan mutuamente. Ese entrelazamiento le otorga autenticidad y alcance. Sin el requerimiento de justicia, el amor puede convertirse fácilmente en algo vago y etéreo. Peor, puede presentarse como una condescendencia, un favor que incluso es capaz de humillar a quien lo recibe. De otro lado, sin amor, sin acogida humana y fraterna, el reclamo de justicia es susceptible, paradójicamente, de ser duro e impersonal. Hemos conocido muchos ejemplos de esto y, aunque decirlo luzca cruel, ocurre también en muchos de los que buscan ser solidarios de los más abandonados.
Gratuidad y justicia. Por una parte, agradecimiento por todo lo que hemos recibido en nuestras vidas, más allá de nuestros méritos o cualidades; y de otra, un firme compromiso para que todos vivan de acuerdo con su dignidad de seres humanos, respetando en ellos sus derechos, comenzando por el derecho a la vida, primer derecho humano, tan frecuentemente violado entre nosotros. Sólo la conjunción de estos dos aspectos nos permitirá responder auténticamente a las exigencias evangélicas.
María da gracias por la presencia del amor de Dios en su vida, por la responsabilidad que se le confía. No se siente merecedora de esto, sabe que es una iniciativa gratuita de Dios, pero quiere desde su humildad y alegría corresponder a ella. La contemplación del amor de Dios no le hace olvidar, sin embargo, la situación de su pueblo, especialmente la de los más pobres y de aquellos que los marginan, por el contrario, es un estímulo para hacerlo. Lo dice en términos claros e inquietantes para muchos. Alaba al Dios de la bondad y que por eso mismo “llena de bienes a los hambrientos, despide a los ricos sin nada y derriba a los potentados de sus tronos”.
No han faltado quienes han deseado borrar esos pasajes bíblicos, o que se han empeñado en ignorarlos. Pero el Magníficat es un hermoso cántico que comunica en forma transparente el corazón del mensaje de la Biblia. De hecho, recoge numerosos y decidores textos bíblicos que nos hablan del amor de Dios por toda persona, sin excepción, y de su preferencia por los más débiles y pequeños. Con ese tejido Lucas nos proporciona los puntos referenciales del anuncio del Reino. Reino de amor y de justicia. De ese Reino debemos como cristianos, como Iglesia, dar testimonio.
Y que nosotros miembros de Renovación Carismática estamos llamados a vivir, porque forma parte de nuestra identidad.
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