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Entrega especial nº 2 BARCOS PEQUEÑOS, GRANDES NAVEGANTES
Ellen Mac Arthur: sueños de mar
Desde chica Ellen Mac Arthur supo que su vida estaba ligada al mar. A los 28 años, se convirtió en la persona que más rápido dio la vuelta al mundo, sola y sin asistencia. Navegante solitaria y amante de lo imposible, la mujer que desafió vientos y mares tras el sueño de un récord. Navegó más de dos meses sin ver a otro ser humano. Soportó vientos de más de 100 km por hora y olas gigantescas, eludió témpanos y ¡hasta casi chocó con una ballena! Pese a todo, en su trimarán, Ellen Mac Arthur dio la vuelta al mundo más rápido que nadie.
Ellen partió el 28 de noviembre de 2004 desde un punto situado entre Ushant (Francia) y la península de Lizard (Inglaterra). Terminó su recorrido el 7 de febrero de 2005, regresando al punto de partida. ¿Qué llevaba a bordo para comer? Alimentos congelados, deshidratados y barritas energizantes. Y convirtió en potable el agua de mar haciéndola pasar por un filtro.
Cruzó la meta a las 22.30 hs, después de estar 71 días, 14 horas, 18 minutos y 33 segundos en altamar. Era la noche del lunes 7 de febrero cuando volvía a atravesar la línea imaginaria entre Ushant, Francia y la península de Lizard, en la costa inglesa y se consagraba como la persona más joven y la primera mujer en dar la vuelta al mundo navegando completamente sola. Había partido del mismo lugar el 28 de noviembre a bordo de un trimarán, sin la menor ilusión de poder lograrlo. Al menos, no en el primer intento. Por delante tenía la inmensidad del mar, la soledad más absoluta y el deseo inquebrantable de mejorar el tiempo que el francés Francis Joyón había logrado un año antes. Ella, la única protagonista de la odisea, había conseguido imponerse a la adversidad y, mejor aún, a sus propios límites. “Nunca en mi vida tuve que hacer tanto esfuerzo como en este viaje” –confesó al llegar–.“No solo algunos momentos, sino siempre. Exactamente durante todo el tiempo que duró el viaje. No creo que encuentre palabras para describir lo difícil que fue”. No se necesita una gran imaginación para dimensionar semejante hazaña.
Ellen es heredera de una tradición de navegantes ingleses como Raeligh, Drake, Anson y Cook. También fue un inglés, el primer hombre que logró dar la vuelta en solitario y sin escalas en 1969. A Sir Robin Knox-Johnston le llevó 312 días, en una época en que no había ni equipos, ni satélites, ni la tecnología actual. Entonces, sólo sobrevivían los que sabían navegar por las estrellas y soportar la adversidad. Al enterarse del nuevo récord, Knox-Johnston, reveló que “lo importante no son los músculos sino la mente”.
Ellen siempre supo que iba a poder lograrlo. Para esta joven que nació en Derbyshire, un pueblo en el centro de Inglaterra, en 1976, bajo el signo de cáncer, el agua, los viajes largos y la aventura son familiares. Desde su primer contacto con el mar, luego de un paseo en el barco de una tía, empezó a ahorrar durante años el dinero de su almuerzo para poder comprar su primer barco. A los 12, su abuela Irene decidió regalarle los 560 dólares que le faltaban para comprarlo. Al recordarla, Ellen confiesa que ella fue su gran inspiración. “De joven aspiró a una beca para estudiar, pero los problemas económicos de la familia hicieron que su padre la obligara a trabajar. A los 63 retomó sus estudios y logró graduarse a los 82 años”.
Ellen MacArthur tenía apenas cuatro años cuando sintió, por primera vez, la libertad. A bordo de Cabaret, el barco de su tía, y sin tierra a la vista, creyó que podría llegar a cualquier rincón del mundo.
Y lo logró. Esta británica se convirtió, a los 24 años, en la persona más joven y en la primera mujer en dar la vuelta al mundo navegando sola. Y a los 28, en la persona que más rápido hizo esa travesía, sin escalas y sin asistencia en un trimarán (barco de tres cascos).
Sólo un hombre, el francés Francis Joyon, había realizado esta última hazaña. Y otros cuatro expertos navegantes lo habían intentado sin éxito.
Ellen había demostrado esa convicción desde chiquita, cuando vivía en Whatstandell. En este pueblo del norte de Inglaterra -sin iglesia, comercios ni oficina postal, y habitado por unas 350 personas-, ella soñaba con tener un velero propio para recorrer el mundo. E hizo todo lo posible para lograrlo.
Desde ese primer paseo en barco con su tía, Ellen decidió ahorrar cada moneda que llegara a sus manos. Durante diez años, las fue acumulando en una caja en su cuarto. Pero como eso no alcanzaba, cuando llegó al secundario comenzó a guardar también el dinero que sus padres le daban para almorzar en el colegio.
"Empecé un régimen que duró hasta que me gradué", confesó Ellen en Taking on the World (Desafiando al mundo), una autobiografía publicada en 2002, que lleva dos millones y medio de ejemplares vendidos y fue traducida a siete idiomas. "Tomaba un par de rodajas de pan y un tomate o una banana cuando salía de casa a la mañana -explicó-, y juntaba manzanas, ciruelas o peras del jardín en el camino hacia la parada de ómnibus".
Mientras ahorraba, Ellen también invertía horas en hojear revistas de navegación, escribir cartas para pedir catálogos sobre barcos y leer libros sobre el tema. "Me encantaba el espíritu de aventura que obtenía de esos libros -recordó- y soñaba con navegar en un lago hasta una isla secreta que hubiera sido olvidada."
Siguió navegando con su tía, una semana cada verano, y aún tiene presente lo que sintió el primer día que lo hizo sola: "Una mezcla de libertad, responsabilidad y respeto por el agua".
Otra profunda marca dejó en su carácter la semana de entrenamiento a la que asistió cuando tenía nueve años: el primer día su velero se dio vuelta 11 veces y llegó última o ante-última en la mayoría de las carreras. "Durante mi regreso a casa decidí que no dejaría que eso volviera a ocurrir. No volvería a quedar última, costara lo que costara", recordó.
Cuando Ellen tenía 12 años, su abuela Irene decidió que se había ganado su propio barco y le regaló las 300 libras (unos 560 dólares) que le faltaban para comprarlo.
Su abuela continuaría apoyando a Ellen aun después de su muerte. Con las 5000 libras (unos 9470 dólares) que le dejó en su testamento pudo pagar la inscripción a su primera gran competencia, la Route du Rhum, que en 1998 le abriría las puertas para desarrollar su carrera profesional.
Sus colegas reconocen que, por ser joven y mujer, a Ellen le fue difícil conseguir auspiciantes. Cuando era apenas una adolescente y se preparaba para navegar alrededor del Reino Unido -lo que logró a los 18 años-, llegó a enviar 2500 cartas pidiendo apoyo. Sólo obtuvo dos respuestas.
La recompensa a tanto esfuerzo no tardaría en llegar, como lo demostró Ellen en su último diario de viaje: "Día 23: Pienso que debo ser la persona más afortunada en el mundo por estar acá mirando, sintiendo, oliendo y tocando todo esto. Me siento viva, completa. Siento que no estoy lejos del fin del mundo. Estoy aislada, totalmente aislada, pero completamente libre".
Espíritu inquebrantable
Ellen Mac Arthur saltó a la fama en el 2001, cuando obtuvo el segundo lugar en la carrera Vendée Globe. A pesar de que le habían recomendado no competir con los hombres, la inglesa se animó a correr esta regata alrededor del mundo que se realiza cada cuatro años, en solitario, sin escalas y sin asistencia. Allí batió tres récords: fue la primera mujer en liderar la carrera, la navegante más joven en terminar la prueba y la mujer que más rápido dio la vuelta al mundo. Pero ella quería ir por más. Entonces, empezó a prepararse para romper el récord de 72 días, 22 horas, 54 minutos y 22 segundos, que el francés Francis Joyon había logrado el 3 de febrero del 2004.
“Nunca estuve sola. Siempre sentí la compañía de mucha gente que estaba conmigo, aunque solo fuera en mi mente”.
Su único equipaje fueron grandes raciones de comida congelada y agua dulce. Su trimarán de fibra de carbono de 22,86 metros de eslora, más de ocho toneladas de peso y una superficie de 23 metros cuadros, preparado para la gran aventura fue su única morada durante poco más de dos meses. Sobre él, soportó vientos de más de 100 kilómetros por hora, olas gigantescas, quemaduras, moretones y un cansancio sin igual. Durmió un promedio de 30 minutos seguidos, y un total de cuatro horas por día. Para poder lograrlo Ellen entrenó con un experto mundial en estrategias de sueño para navegantes. El doctor Claudio Stampi estudió sus patrones de sueño y juntos trabajaron para maximizar su performance. Ya en alta mar, desde la sala de comunicaciones del barco, estaba en constante contacto con meteorólogos y con su equipo, para decidir la mejor ruta a tomar. La radio la mantenía en contacto con el mundo, todo lo demás era el ruido del mar, el viento y agua golpeando el casco del barco. Días y días en el medio de la nada, al borde de la soledad más profunda.
Se organizó para que el verano la encontrara en el sur. Llegó al Cabo de Hornos antes de lo previsto pero una brutal tormenta la obligó a entrar en el Atlántico con un día de retraso. Sin embargo, pudo recuperar la ventaja gracias a sus conocimientos de navegación. Ya de camino a casa, una calma chicha a la altura de las Azores, volvió a complicarla, pero finalmente pudo completar los casi 42.000 kilómetros hasta la meta.
En el ínterin, sufrió la rotura de una vela, quemaduras, golpes, moretones y episodios con ballenas dignos de una novela de Julio Verne. “Me siento absolutamente agotada pero estoy feliz de estar acá. Fue un viaje increíble tanto física como mentalmente. No puedo creerlo, realmente no puedo creer no haberme hundido” –fueron sus primeras palabras al llegar a Inglaterra.
El corolario de los festejos que la esperaban fue el reconocimiento de la mismísima reina Isabel, que se olvidó por un momento de los intrigas palaciegas para nombrar a Ellen Dama del Imperio Británico en reconocimiento a su récord de navegación.
Entrega especial nº 1 BARCOS PEQUEÑOS, GRANDES NAVEGANTES
DIEZ PIES A TRAVÉS DEL PACÍFICO
Gerry Spiess lleva al Yankee Girl hacia Hawai
En 1979, Gerry Spiess navegó en solitario a través del Atlántico Norte con el Yankee Girl para marcar un nuevo record mundial del barco más pequeño que cruzaba el Océano de oeste a este. Tardó 54 dias en recorrer 3,800 millas desde Virginia Beach, (Virginia) hasta Falmouth (Inglaterra). Fue un viaje memorable en todos los sentidos, teniendo en cuenta que se trataba de un barco de contrachapado que él había construido en su garaje de White Bear Lake, (Minesota).
Dos años más tarde, quiso navegar con su pequeña embarcación cerca de 7.800 millas a lo largo del océano más largo del mundo. Había zarpado de Long Beach (California) con la esperanza de coger rápidamente los constantes y suaves vientos del Pacífico Sur. Su primer puerto de escala era Honolulu (Hawai). Pero el Pacífico se había vuelto frío y traicionero.
Una luna llena se alzaba sobre el Pacífico Sur, y, bajo su luz plateada se estaban formando y rompiendo unas aterradoras olas gigantes que estaban empezando a sobrepasar la pequeña embarcación. Golpeaban con fuerza y sin piedad en su cubierta.
Alarmado por los movimientos de su embarcación, Gerry Spiess abrió la escotilla del Yankee Girl. Un viento helado le rozó la cara mientras contemplaba las olas: Estaban empezando a amontonarse. Una salpicadura le dio en pleno rostro. El agua estaba sorprendentemente fría.
Se suponía que no debía ser así.
Se suponía que al viajar al Pacífico Sur tendría días soleados, vientos cálidos y noches tropicales cuajadas de estrellas. Pero aquel viaje estaba poniéndose feo.
En la noche del noveno día, las olas se alzaban hasta cubrir la embarcación de diez metros. Había entrado en la zona de convergencia, donde una corriente fría discurría desde Alaska y se encontraba con la cálida corriente central. Unas olas gigantescas comenzaban a formarse y a romper.
Cuando el viento cambió de dirección, había creado dos tipos de olas. Unas se elevaban de los 8 a los 12 metros; las otras a más de 8 metros. Y peor todavía, las olas estaban empezando a colisionar unas con otras porque se había levantado viento.
Gerry cerró de golpe la escotilla y regresó a su cabina y al calor del saco de dormir. Agradeció haber decidido antes bajar todas las velas y navegar con el palo desnudo, un procedimiento estándar en condiciones meteorológicas duras.
Pero sabía que le esperaba una noche dura.
Hawai estaba a más de 1.800 millas de distancia, y parecía cada vez más lejos.
Se escuchó un ruido sordo, y de pronto, una sábana de agua se filtró a través de la cerrada escotilla. Asustado, Gerry alzó la vista y se encontró con un pequeño Niágara dentro de la cabina.
Después vino una ola que pasó por encima de Yankee Girl y lo enterró bajo el agua. Se había convertido en un submarino del que sólo asomaba el mástil. La presión del agua había entrado a chorro a través del cierre de la escotilla.
Instantes más tarde, la embarcación logró liberarse de la ola, pero Gerry sabía que su barco estaba en peligro. El Yankee Girl estaba muy cargado. El mar estaba tan picado que ni siquiera funcionaba navegar con el mástil desnudo.
Tenía que hacer algo, y eso significaba salir a cubierta. Entre ola y ola, Gerry tiró de la escotilla y salió a rastras a la empapada cubierta mientras el Yankee Girl cabeceaba debajo de él.
Bajo la luz de la luna distinguió una ola gigante dirigiéndose hacia él. Se las arregló para cerrar la escotilla detrás de él. No tenía muchos sitios donde agarrarse, pero avanzó hacia el mástil con la peculiar manera de moverse que tenía que utilizar en una embarcación tan inestable con un palo de cinco pies y medio.
Con una mano en el mástil, metió el pie en el voladizo de estribor y se agachó. La ola rugió por encima de la cubierta y cubrió el barco, salpicando a Gerry mientras trabajaba. Debido a su peso, sintió cómo la embarcación escoraba momentáneamente hacia un lado.Yankee Girl vaciló y luego se enderezó. Desde su posición, podía estirar una mano para tirar del foque, que estaba enganchado a lo largo de la proa.
La ató con serenidad al puntal de proa. Ató la escota del foque a la vela y cruzó la vela del foque al lado opuesto. Minutos más tarde, tenía la vela principal suelta a lo largo de la botavara.
Empapado y helado, regresó rodando a la cabina de mando y levantó la vela y el foque. Después giró la caña del timón al lado opuesto. El Yankee Girl viró obedientemente, apuntó con la proa hacia el viento y se levantó.
El efecto fue asombroso e inmediato. Parecía como si el océano se hubiera calmado de pronto, el Yankee Girl comenzó a avanzar muy despacio, luego se detuvo, se movió un poco hacia atrás y después volvió a avanzar hacia delante.
En lugar de que las pesadas olas le golpearan con fuerza en su ancha y plana cubierta, su puntiaguda proa las atravesó y las apartó a un lado. Con las velas puestas, tenía equilibrio y dirección.
Gerry suspiró satisfecho. Era una de las maniobras más difíciles de hacer con mal tiempo, y Yankee Girl lo había hecho de maravilla. No se le daba bien utilizar un ancla de capa, porque navegaría hacia delante y lo sobrepasaría, convirtiéndolo en algo inútil entre las olas.
Pero con su casco en forma de V y la larga quilla, podía navegar a ritmo constante incluso en mar picado, y funcionar fácilmente entre las olas como una boya pequeña.
Tras echar un último vistazo, Gerry cerró la escotilla. Había hecho todo lo posible por su barquito. Ahora tendría que ser el barco quien lo cuidara a él.
Al amanecer sintió que algo había cambiado. El movimiento del Yankee Girl era distinto. Le dolían los músculos por la larga noche que había pasado las olas y le picaba la piel por culpa de la litera húmeda. Gerry abrió la escotilla y parpadeó ante la primera luz de la mañana.
El sol estaba alto en el cielo, pero el Pacífico se extendía como un mar lleno de bultos hasta el horizonte. Las olas picadas de la noche anterior habían desaparecido, pero las velas del Yankee Girl estaban empezando a ondear y a agitarse.
Gerry se dio cuenta de que habían pasado de tener demasiado viento a no contar con el suficiente.
Estaban parados.
Se rascó la larga barba cubierta de sal y miró a través de la escotilla. El motor todavía estaba en su sitio. Se había llenado de agua con el constante batir de las olas sobre el barco. Miles de ola debieron pasarle por encima: Había escuchado cómo se paraba bruscamente y después oyó una explosión. Durante la noche se había preguntado en más de una ocasión si se habría roto.
Pero era un motor fueraborda de dos tiempos, y él siempre había tenido mucha suerte con los motores de dos tiempos, incluso en su tormentosa travesía cruzando el Atlántico Norte con su 4-hp. Evinrude se había empapado repetidamente. Bajo él tenía ahora un motor nuevo de 4.5-hp.
Esos motores siempre se encendían, pensó Gerry mientras tiraba de la cuerda de arranque con facilidad para que prendiera el combustible.
Entonces volvió a tirar una vez más. Fuerte.
No ocurrió nada.
Volvió a intentarlo una y otra vez, pero el fueraborda no arrancaba. Daba vueltas, pero no prendía. Gerry comenzó a sudar, y no sólo por el ejercicio que estaba haciendo.
¿Se habría roto algo durante la tormenta? Sin motor se metería en un grave problema. Necesitaba el motor fueraborda para volver a la zona calmada y para entrar en los puertos. Era una parte importantísima de su estrategia.
No serviría de nada seguir intentando arrancar el motor, había llegado el momento de buscar otra estrategia. Apartó la mano de la cuerda de arranque. Le dolía el brazo.
¿Cuál era el problema? La primera idea le llegó al instante. Probablemente se trataba de un fallo eléctrico. Eso solía ocurrir en los barcos. Movido por la curiosidad, levantó el brazo del acelerador y miró debajo. El motor tenía un botón de apagado al final del brazo del acelerador. Si se apretaba ese botón, el motor se paraba.
Gerry vio qué era lo que estaba provocando el problema. Las olas habían provocado un cortocircuito en el botón. Con ayuda de unas tenazas que sacó de la caja de herramientas, cortó los cables con la esperanza de resolver así el problema.
Cruzó los dedos y tiró con fuerza de la cuerda de arranque. Soltando una nube de humo, el pequeño motor de dos tiempos arrancó y al instante se puso al ralentí. Gerry enfiló hacia Hawai, avanzando con su motor apenas al ralentí, a una velocidad de crucero de aproximadamente 2.2. nudos (2.53 mph), velocidad que mantuvo casi sin parar día y noche durante los siguientes seis días. Para cargar combustible, desenroscó el tapón de su tanque de gasolina de seis galones, vertió el combustible en un de las muchas latas de gasolina que llevaba en el barco, volvió a cerrar la tapa y continúo navegando sin parar el motor. Cerró el motor varias veces para cambiar el único tapón del motor. Culpa del seguro barato, pensó.
El movimiento lento pero constante formaba parte de su estrategia de viaje. Se necesitaba paciencia, pero le ayudaba a recorrer grandes distancias. A la velocidad a la que funcionaba el motor, el único cilindro del motor a dos tiempos sólo utilizaba una fracción de un galón por hora. Eso significaba que un galón de combustible premezclado con aceite podía durar más de siete horas. Un recorrido de 24 horas al día sólo consumiría 3.5 galones. Gerry llevaba a bordo 54 galones de combustible premezclado, la mayoría en la sentina, bien abajo para que sirvieran de lastre.
A una velocidad tan baja, el avance de Yankee Girl no costaba ningún esfuerzo pero hacía mucho ruido. Cuando Gerry estaba pilotando el barco de forma rutinaria, se sentaba en la litera de popa con la cabeza cerca del travesaño y del motor, o cuando dormía durante cortos periodos de tiempo, mantenía la cabeza a escasos metros del motor. Se dio cuenta de que no podía apartarse del ruido del fueraborda, que en general resultaba particularmente molesto para un navegante a vela.
Empezó a ser consciente de otro problema. Dentro de la cabina, Gerry aspiró el aire y descubrió el tenue pero inconfundible olor a humo de motor de dos tiempos.
Se sentó muy recto. Si eso entraba a través de la escotilla abierta, tenía que haber algo más: El asesino mortal, invisible y sin olor. El monóxido de carbono.
Con una brisa ligera, pero no lo suficientemente poderosa como para alzar las velas, no había escapatoria para escapar del problema: El monóxido de carbono, que era mas pesado que el aire, estaba abriéndose camino en su estrecha cabina y a través de la sentina.
Trató de mantener la escotilla abierta solo uno par de centímetros, pero se dio cuenta de que aquello era sólo una solución parcial. También se dio cuenta de que no podía dormir bien durante mucho tiempo. El motor seguía con su cantinela.
Gerry comenzó a suspirar.
* * *
En el siguiente episodio, Gerry y Yankee Girl se adentran en el oceano y se dirigen hacia Hawai. Este material se ha extraído del libro de Marlin Bree “Broken Seas: Historias reales de extraordinarias aventuras de navegantes” (copyright 2005 Marlin Bree).
Traducción: Julia Vidal